Llamar al portón del tiempo perdido…Adiós a la casa de
Cuesta Blanca
Un amigo me decía hace años que la vida es una especie de
azar conjurado. El mismo día que encontré las fotos de la despedida familiar de
la casa de Cuesta Blanca (Córdoba, Argentina), leí, más tarde, un artículo de
mi escritor favorito http://www.blogenriquevilamatas.com/por-el-dolor-de-llamar/
sobre el dolor de llamar al portón del tiempo perdido y ver que nadie responde, cuando se pone a recordar a
un amigo escritor que ya no está.
La casa de Cuesta Blanca se me ha convertido de pronto en
ese amigo muerto, en esas palabras que llegan con retraso, en ese dolor de
llamar y no ser escuchado.
Veo las fotos de esa tarde que parece fría pero clara, como
si el aire y la luz acompañaran, benevolentes, el adiós a la casa de mi madre.
Quizá, como dice Vila-Matas, el tiempo perdido no existe y
la casa que lo habita aún queda en pie, en algún lugar del tiempo, aunque ya
sea otra casa y otro tiempo, y los
recuerdos que la habitan nos sean cada vez más remotos.
Por la noche, el azar siguió conjurando y leyendo (la
literatura, por suerte, nos pone a salvo de lo peor de la nostalgia)
distraídamente el periódico, me encontré con la frase de otro inmenso escritor:
“Ayer no terminará sino mañana y mañana comenzó hace diez mil años” (Faulkner),
o sea, somos el resultado de miles de generaciones, las cosas que nos pasan,
las alegrías y las tristezas, todo viene de hace tanto tiempo, somos el azar y
la determinación de una urdimbre muy antigua. Me gusta pensar que la despedida
de la casa de mi madre quedará así prendida en el tiempo, formando parte de ese
tiempo antiguo que nos forma y nos da carácter, y también el temperamento, los sueños, las frustraciones,
y el dolor de las despedidas.